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Afectos transgresores: la amistad queer como testimonio personal, colectivo y político.

Hay una imagen que me conmovió especialmente en la muestra De ansia y pudor: variaciones sobre cierta construcción del deseo en Espacio 218. En ella dos hombres miran a la cámara mientras ríen. Es un retrato oblicuo – como si hubieran sido amablemente sorprendidos en medio de un juego. La imagen irradia una cierta coquetería, latente pero no explícita. Me recuerda esas sesiones de fotos con amigas hechas para matar el aburrimiento de una tarde de verano. Relajadas, juguetonas, y que revelan la complicidad amistosa que permite que se dé un retrato así; que nos permitía fugarnos de los imaginarios hipersexualizados de la sociedad para crear espacios ambiguos, entre la coquetería y la amistad, posibilitados por esa complicidad afectiva, segura, apañadora.

Quienes aparecen en la fotografía, de Raúl Miranda, son sus compañeros de exposición, Ignacio Henríquez y Mique Marchant. La imagen es aún más potente al encontrarse rodeada de otras con una carga muy distinta: fotografías de cuerpos masculino que bien podrían ser hegemónicos, pero que Miranda ha manipulado digitalmente para convertirlos en caricaturescos. Torsos henchidos más allá de lo posible, penes gigantes, labios carnosos. Como el cuerpo deforme de Kim Kardashian, pero en clave homoerótica. Son exageraciones que nos enfrentan con qué cuerpos la sociedad enseña a valorar, y cuáles no, lo cual corre paralelo a qué le damos visibilidad y valor; y qué queda dentro (y fuera) de nuestros relatos, historias e imaginarios.

Es por esa primera imagen afectiva y afectuosa por donde se cuela lo que me pareció unas de las hebras más potentes pero subterráneas de esta exposición – algo aún más patente en la fricción entre esa imagen amorosa de Mique e Ignacio, y los cuerpos irónicos de Raúl. Me refiero al potencial transgresor de otra afectividad en clave queer: a la de la amistad. Y aún más: al potencial político y transformador de esas amistades.  

Quizás ya es lugar común criticar la idealización del amor romántico, pero muchas veces olvidamos que esa idealización tiene como consecuencia el relegar la amistad a algo “cute”, pasajero, a meras relaciones provisionales mientras esperamos que aparezca esa otra persona que nos redimirá, con la que estaremos por siempre y que será (supuestamente) capaz de satisfacer todas nuestras necesidades. Pero la amistad es mucho más potente, sobre todo al ser resignificada bajo la proclama de que lo personal es también político. Es espacio de contención, cariño, cuidado, de reflexión. También de micropolítica, desde el que cuestionamos, desnaturalizamos y transformarmos estructuras patriarcales. Y a la vez es también espacio de risas, anécdotas, chascarros. De coquetería, de apañe, de abrazos.

Pero tras pasear por Espacio 2018 la pensé, sobre todo, como un testimonio. Lxs amigxs son testigos de nuestra vida. Duran más que las parejas, que suelen irse tan rápido como llegan. Son personas que nos ven en momentos altos y bajos, enamoradxs y con el corazón roto, nos animan, nos corrigen cuando nos equivocamos. Son la familia que elegimos. Algo para nada menor en el contexto de esta exposición, considerando que a nivel romántico/familiar las personas queer ya han re-imaginando la manera en que con-vivimos, en que criamos, y a quiénes y cómo pueden ser familia. Algo similar siento que asoma por las paredes de 218 respecto de la amistad. Pienso, quizás, en formas de vivir esas afectividades de maneras menos binarias, más cambiantes y fluidas. ¿Qué pierde el mundo cuando no visibilizamos eso y las posibilidades que se abren? ¿Qué ritmos, desafíos, aprendizajes? ¿Qué testimonios enmudecen cuando quedan fuera de foco? ¿Qué significar testimoniar las vidas homosexuales en Chile hoy? ¿Qué repertorios de imágenes aparecen?

Un ejemplo hermosísimo (y un triunfo) es la obra colectiva que se expone en el altillo de la galería. Una instalación compleja, de muchas lecturas y niveles. Porque aquí esa red que es la amistad, esxs testigxs que nos acompañan y contienen se hace patente; la de relaciones construidas a través de, gracias a, en paralelo a, y a pesar de, el deseo. Lo primero que vemos es una fotografía de Miranda del cuerpo de un hombre desnudo. La fotografía está impresa sobre una tela que a su vez está extendida en un sofá, el que la da una corporalidad, como si un hombre efectivamente yaciera ahí. Una escultura con forma de mano de Mique sostiene un celular real, cuya pantalla hace un streaming de lo que ocurre en la sala, de manera que quien mira es a su vez observado. No sabemos qué aplicación es. ¿Grindr, Whatsapp, Instagram, Onlyfans, o sólo la cámara? Otra de las esculturas de Mique, también con forma de mano, se apoya en el pene expuesto, en lo que podría ser aburrimiento, eroticismo, cariño, pudor. Ambigua, igual que las manos que se estrechan en medio de la sala; sensuales, amistosas, tiernas, eróticas… ¿o, quizás, todas las anteriores?

En la pared, un dibujo de Ignacio muestra a un hombre (¿o son dos?) fotografiandose. ¿Una imagen realizada para seducir a un otro, o un retrato romántico de dos personas? Y en una tercera pared, una obra de video comparte las reflexiones y afirmaciones de una extensa red de hombres homosexuales. El resultado es el acarrear simbólicamente a la galería a todos ellxs, los cuerpos de amigxs, las vocxs del colectivo. Construye un espacio queer, con toda su variedad de capas, vidas, voces, maneras de vivir, enfrentar, y llevar una sexualidad en un país conservador como Chile. Un espacio en que las amistades queer son un espacio nutritivo, de contención, de cambio, de transformación, crecimiento. Honra a las amistades, relaciones afectivas, amores, deseos y pulsiones que convirtieron lo personal en político en lugares como Stonewall, Greenwhich Village, o la misma Plaza de Armas que se despliega por la ventana del espacio. De lo más interesante es que este grupo no fue agrupado por unx curadorx, un canon, o un museo. Fueron ellos; es su lazo afectivo, y las obras que surgieron al alero de aquello. Y si hablamos de como queer-ear la amistad, en el caso de este grupo de artistas, creo que una obra colectiva con todas las negociaciones, ambiguedades y compromisos que implica, es algo profundamente hermoso y potente.

Hablar de amistades queer es otra manera de interrumpir violencias heteronormativas, de codificar y testimoniar vidas, afectividades y relaciones. Y eso se logra a través de la narración que me hace Ignacio de la manera en que el grupo se conoció, configuró y comenzó a operar, conociéndose, apoyándose, eventualmente gestando una exposición colectiva. Y en los dibujos de Ignacio donde, además de encuentros eróticos, se sugiere una circulación de imagenes, de recuerdos que son compartidos y circulados. En las fotografías de Raúl, cuyos modelos son personas con quienes tiene relaciones afectivas. En las manos de Mique, que en el altillo se sostienen mutuamente. Es un repertorio que se abre; recordemos que amistad y deseo, afecto y eros, no son excluyentes. El deseo también se construye entre amigxs: es un espacio seguro en el que explorar nuestra sexualidad, compartir vivencias, circular advertencias, llorar tranquilxs, sobrellevar penas, vivir la vida. Lxs amigxs como musas en vez de amantes – o musa y amante, o musa y a veces amante también.

Lo que emociona de este proyecto es la amistad queer como testimonio, y las imágenes que con su agencia abren, inspiran y seducen. Amistades que no solo se constituyen en contra de algo, sino que también a favor de algo. Un mundo nuevo. Con deseos, pudores y amistades otras. Recordemos que la política es, al final del día, el arte de la vida en común; y la amistad es una fasceta de la vida de toda persona, que desde lo queer no se ha explorado lo suficiente. En esta expo, brilla, apuntando como un farol a nuevos modelos de amistad, intimidad y sexualidad.

Esta lectura que hago yo es una de varias. Sin duda el deseo homosexual sigue siendo un espacio que explorar, y aquí se hace. Son intersante las exploraciones de los tres en torno al mundo digital, tanto como herramienta, amenaza, mercantilización, exotización, o espacio seguro. Y de configurar búsquedas que van mas allá de la representación o lo identitario, de la etiqueta. Aquí el deseo se mezcla con la educación, la edad, la profesión, las derivas vitales de cada cual. Tambien, de las nuevas formas de opresión que aparecen en una época de neoliberalismo extremo; en que los cuerpos del sur son consumidos por el norte global; en que la cultura del entretenimiento banaliza el dolor y el orgullo, y en que Coca-Cola, Amazon y Google tiene un carrito en las marchas gay de Europa.

Me quedo con dos pendientes. El primero tienes que ver con los artistas: aunque no son un colectivo, la obra del segundo piso me pareció la más potente. Ahí existe, quizás, algo que explorar más, sobre todo considerando los desafíos actuales a autorías, fronteras, límites. Aunque los dibujos de Ignacio, en su simpleza de grafito y papel, son excelentes, capturando presencias y ausencias en relación a lo digital, y las fotografías de Raúl lograban una intimidad silenciosa (incluso a pesar de la exageración de sus cuerpos), las manos de Mique tenían sentido sobre todo en el contexto de la exposición. No estoy segura de sí se sostienen de por sí, además de prestarse a fácil comparación con otrxs artistxs que están trabajando la intersección mano-cerámica-sexualidad.

El segundo pendiente tiene que ver con el edificio, que pulsa con vida, y con cómo el eje curatorial del espacio, «Descentrar» aplica a las personas que lo cruzan día a día. Descentrar sugiere un movimiento centrípeto, hacia afuera. ¿Cómo ocurre la construcción de públicos, qué lazos se han construido con los co-habitantes del edificio, la plaza, las calles, las esquinas y rincones? No es una pregunta fácil, el cómo salir de la dinámica de «los mismos de siempre». Me quedo con las ganas de ahondar con las curadoras, Seba Calfuqueo y Mariairis Flores, sobre como visualizan el espacio. Como tirar más líneas hacia afuera, y lograr que las obras se rocen con los hotdog, los turistas, las señoras, les prostitutxs y los pensionados.

Fotos: Diego Mora, Espacio 218.

Lamentablemente «De ansia y pudor» se terminó el sábado 7 de Enero recién pasado; pero póngale ojo a ese espacio que están pasando muchas cosas interesantes. Dirección: Portal Fernández Concha, departamento 218, Santiago Centro. https://www.espacio218.com/

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